Una de esas noches que parece que la ciudad ha parado de funcionar, que las calles han decidido descasar, él limpiaba apasionadamente centollos. Trabaja desde escasos meses en un restaurante propiedad de mis abuelos, que regentaban mis tíos varones. Como la librería estaba en la plaza, al final de la calle, diariamente acudía al bar, saludaba, besaba y tocaba religiosamente a mi abuelo, que contemplaba su obra imperturbable desde un rincón del local, y a mi abuela, que con 75 años aún gobernaba en la cocina, reina de pucheros y secretos milagrosos. A mis tíos también los veía, entre la barra, entre la gente, entre las mesas...oO