Ahí van mis tres pequeños yéndose a la cama. Cada uno con uno de sus libros de cuentos. Hasta la más peque, que aún no sabe decir más que un puñado de palabras. En casa hay un pasillo muy largo. Sesenta metros de piso, pero un pasillo muy, muy largo. Y una de sus paredes está llena de baldas, desde el techo hasta el suelo. En ellas montones de libros y cuentos, algunos juguetes y más cuentos. Y son ellos quienes escogen cada noche el que les apetece. Y negocian entre ellos. Y casi siempre llegan a un acuerdo. Así que los tres felices se van para la cama. Y allí me esperan. La mayor ya leyendo, los otros pasando páginas... Llego y empiezo por el de la más peque: "La granja... Los pollitos hacen ¡pio,pio!..." y aplaude. Los otros se ríen. "La vaquita..." Y así hasta el colorín colorado. Después empezamos el siguiente. Esta noche han querido que fuera "Bambi". Y los tres se ponen muy tristes cuando llegamos a la parte en que un cazador hiere a su madre... Y, para acabar, hoy nos acompañan "Los músicos de Bremen"... todos hacemos de gallo, de gato, de perro y de asno... Un último ¡colorín colorado!
Apagamos las luces y me quedo un rato con ellos en la cama. Se pelean por estar junto a mí. Se me suben encima. La pequeña grita. Me enfado. "¡A dormir!, que me voy". "Mami no te vayas". "¿Puedo cogerte el pelo?" (a mí me encanta). "Me duele la tripa". "Mmmammma, mmmammma"... Hasta que poco a poco se van quedando callados y su respiración se hace más fuerte y profunda... Noto su calor, su contacto. El olor de sus cuerpos... ¿Porque la gente se empeñará en bañar a los niños en colonia? A mi el que me gusta es su olor de verdad, el realmente suyo, el de la vida, sin disfraces...
Y así este ritual va llegando a su fin. Como cada noche. Y, mientras ellos quieran, no dejaré que nada ni nadie pueda arrebatármelo.
Mañana, cuando anochezca, volverá a empezar...
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