En medio de la oscuridad, Raquel había sentido la necesidad imperiosa de gritar, pero su garganta no se lo permitió. No había sido un sueño, era la realidad más absoluta quien la perseguía. Todavía se escuchó a sí misma la respiración entrecortada y notó los golpes de su corazón en el pecho. Se levantó con la única idea de no pensar. A tientas llegó hasta la bañera. Sí, un baño le sentaría bien, la relajaría. Buscó unas velas e improvisó una especie de velatorio flotante. Cuando se sumergió en el agua aún temblaba. Tomó aire y el agua la envolvió.
No supo cuánto tiempo estuvo allí pero sintió el frío en los huesos y regresó. Para entonces el miedo se había esfumado aunque la calma aún estaba muy lejos de llegar. Su cabeza empezó a ver más claramente que había llegado el momento. Salió del agua como un autómata y se concentró en una gota que exploraba sinuosa su nuca, su espalda, su pierna, ... ¡ójalá alguien la hubiera acariciado alguna vez de forma tan bella!. Sin embargo aquella agradable sensación sólo le recordaba la crueldad de su soledad.
Empezaba a amanecer cuando sus pies se subieron a aquel taburete. Abrió la ventana y sacó medio cuerpo fuera. Y entonces lo hizo. Gritó. Su dolor cubrió toda la ciudad y, sin embargo, nadie la oyó. Y justo cuando pensaba "Puta mierda de vida" se dio cuenta de su presencia. Se le heló la sangre. De un golpe cerró la ventana al tiempo que se volvía. Allí estaba. La miraba con aquella maldita sonrisa de muerte. La misma sonrisa helada que le había dedicado cuando los dedos de su hermana se la habían arrancado del estómago entre arcadas. "Hija de puta"- le dijo - "hoy me quedo". Y aquella sombra siguió riendo al tiempo que afilaba su guadaña y Raquel supo que se la volvería a encontrar de nuevo mañana.
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