Ceñudos y cansados afilan las guadañas. Lejos del verano cuando el pesado trigo espera ser decapitado. Huele a invierno, en las gruesas ropas que les cubren y en el descortés viento mezclando sus silbidos con el aullido de los lobos venidos de las montañas.
El padre Cipriano llega corriendo bajo una sotana negra atravesada sin ningún pudor por el frío.
-¡Locos !. Deteneos..., no seáis locos.
Solamente alguno levanta la vista para mirarle. Pero no le dicen más que el chirrido de las piedras al acariciar las hoja de sus guadañas.
-¡Malditos locos ! -dice en una suave humareda-. Vais a morir por nada. ¿Dónde está Don Ignacio?.
-Dentro.
Delante del fuego danzando al morir de la madera. Absorto en él al compartir su lujuria y su fuerza.
-¿Merece la pena, Don Ignacio?. Acaso cambiará algo.
-Deje las cosas de los hombres para los hombres y cuide de las almas, esta noche tendrá mucho trabajo.
-¡Maldita sea !. ¡Maldigo su furia !. Su hija ya no volverá por mucha sangre que derrame. Por favor, olvídelo todo, esta vez no hay culpables.
-Mañana será cuando no haya culpables, al menos no lejos del infierno.
Don Ignacio se levanta y mira cara a cara al cura.
-Mi hija está enterrada ahí al lado. Puedes ver la tumba por la ventana. Mírala, y háblame luego de culpables o de olvidar. ¿Puedo olvidar que nunca descansará en paz?. Cada mañana la veo. Cada noche cerca del fuego oigo cómo me pide un lugar en el campo santo, gime suplicando descansar en un lugar sagrado, si al menos tuviera eso podría olvidar, pero hasta eso me has negado. ¿Cómo te atreves a entrar gritando a mi casa y mirarme a los ojos?.
El cura aparta la mirada. Sus ojos le traicionan al mirar hacía la tumba y un sabor amargo aparece en su boca.
-Lo siento pero sabe que no puedo hacer nada. Ojalá fuera de otra forma pero no lo es. Ellos renegaron de su vida eligiendo una muerte impura, las puertas del cementerio nunca se abrirán para ellos. A pesar de todo no he dejado de rezar por sus almas...
-Márchese. Aléjese de aquí. Sabe muy bien que por mucho que rece sus almas seguirán condenadas hasta descansar en paz. Debería comenzar a rezar por las que van a partir esta noche. Márchese y no olvide que aún está en su mano impedir está matanza.
Sale cabizbajo. Fuera siguen afilando las guadañas. El aire frío entra en sus pulmones con un suave dolor que olvida, por un momento, esa amargura que le invade.
Mientras, Don Ignacio vuelve a perderse en el fuego. En él siente la cálida compañía de su hija, correteando por la casa y llenando el vacío que en su corazón había quedado con la muerte de su esposa. Antes de que se estableciera este enfermizo silencio en su vida.
Llega a casa dejando el invierno tras la puerta. El calor disipa su amargura, calentando su alma estremecida y angustiada, y le vence el cansancio. Pero sabe que no durará. Que si se sumerge en el sueño volverán los gemidos llenos de dolor, el sudor frío y el desvelo.
...sé que el tiempo se le acaba, y el peso de su responsabilidad oprime su corazón derramando esas preguntas para las que no tengo respuesta. Sólo decirle que hay cosas muy por encima de nosotros, y aunque nos cueste comprender son parte de una responsabilidad que no se puede cumplir sólo en parte. No se aflija porque la duda sea su pecado pues sería también el mío, pero, el deber ha de olvidar los sentimientos. ¿Una respuesta? No hay excusas para su acción y no se les debe enterrar en terreno sagrado. Lo dejo en su mano pero si surgieran más dudas tómese mis palabras como una orden. Lo que esto depare está en manos de Dios, como usted y yo. Solo me queda decirle que rezaré por usted y por ellos...
La carta del obispo en respuesta a la suya descansa en sus manos. La vuelve a leer con la misma ansiedad que entonces y maldice de nuevo su contenido.
Las campanas llevaban cuatro largos días repicando. Noche y día, día y noche. Como nunca había ocurrido en el pueblo. Como si el repique se hubiera helado una mañana y permaneciera inmóvil en el cielo. Era un sonido triste, lento y triste, monótono lento y triste que duraría al menos toda la semana.
Juan descolgó la hoz y pasó un dedo por su filo, ajeno al repique que había conseguido hacer parte del silencio.
-Mala época para segar -dijo Isabel, su mujer- el cereal aún no ha encañado.
-Ya.
-Tú no tienes nada que ver con esto. Era el hijo de Don Pedro, que lo resuelva él.
-Nos ha avisado a todos. Ha dicho que estemos preparados para cuando se dejen de oír las campanas. ¿Qué otra cosa puedo hacer?.
-Puedes quedarte en casa acariciándome mientras ellos se...
-Quedarme en casa. ¿Has olvidado a quién pertenecen todas nuestras tierras? -señala el puchero que cuece sobre el fogón-. Sabes muy bien quién lo llena. Recuerda cuando llegamos aquí, no traíamos más que hambre. Ahora tenemos más de lo que jamás hubiéramos soñado. Si Don Pedro me pide que siegue vidas las segaré sin dudarlo.
Posa la hoz sobre la mesa y pone su mano sobre la barriga de su mujer.
-No quiero que él sufra tanto como yo sufrí, ¿qué otra cosa puedo hacer?
-Nada...
-Seguramente si ese maldito cura les hubiera enterrado como dios manda nada de esto sería necesario.
-Pero, sabes que eso es imposible. Ellos se suicidaron y enterrarlos en el cementerio sería un sacrilegio.
-¿Sacrilegio?, toda la sangre que se va a derramar ahora si será un sacrilegio.
Y comienza a afilar la hoz sumiéndose en extraños pensamientos.
-¿Me ha mandado llamar, don Pedro?.
-Sí Simón. Siéntate a mi lado, mis ojos ya no ven como antes. Abre la ventana, quiero ver los campos.
-Pero ...si ya está abierta don Pedro.
-Vaya, al final la vejez me ha vencido. ¿Cómo va todo?.
-Bien, don Pedro. Ya hemos arado los campos y los graneros están llenos. Además el tío Casiano ha dicho que este invierno no será demasiado duro.
-Me alegro, el tío Casiano no suele equivocarse. ¿Y mis hijos?, últimamente no han subido a verme, supongo que tienen muchas otras cosas en que pensar. Cuando les veas diles que vengan a hablar con su viejo padre, antes de que le lleve la muerte.
-No diga eso Don Pedro...
-Vamos Simón, sabes que ya no importa, ahora sólo soy un trasto inútil cuyas piernas le han adelantado en su viaje al mas allá. Y el resto espera seguirlas. Venga, dime algo de mis hijos.
-Bueno... Andrés sigue llevando todo, tenía razón al decir que sería un buen patrón, trabaja duro, es infatigable, casi tanto como usted en aquellos tiempos. ¡Y con las mujeres !, creo que no hay ninguna que no suspire a sus espaldas, es un muy buen muchacho, sabe. Lo malo es ese temperamento que a veces le supera, en eso también salió a usted don Pedro.
-Sí, cuando era pequeño ya se revolvía como un potro salvaje, eso es bueno, le decía a la pobre Ana que en paz descanse, nunca se dejará pisar por cualquier tarambana. Estoy orgulloso de él, ¿y el pequeño?.
Un sudor frío comienza a caer por su frente.
-El pequeño... Miguel... eh...
-¿Que ocurre Simón?. Sabes que puedes decirme cualquier cosa, llevamos demasiado tiempo juntos, ¿qué le ha pasado a Miguel?.
Se asoma a la ventana buscando que el frescor le permita pensar. Pero al asomarse sus ojos caen sobre una lápida solitaria en un oscuro presagio.
-¡Maldita sea, Simón !, no juegues con mi paciencia, ¿qué le ha pasado a Miguel?, ¡Dímelo !, ¿acaso ha tenido problemas con alguna mujer?.
-No, don Pedro, ojalá fuera eso, es... Miguel...
-¡Vamos !, ¡dímelo de una maldita vez !.
Entonces Simón se hecha a llorar.
-Ha muerto, don Pedro. Lo siento, Miguel ha muerto.
«Miguel espera sentado en una pequeña roca. La luna asoma cuando unas fugaces nubes se disipan. Una suave brisa le trae el aroma de las primeras flores. Noche de tibias estrellas y dulces colores reflejándose en el agua, meciéndose, con la melodía cantada por miles de seres sin rostro. María llega y todo pierde su sentido. La noche solo existe ahora en sus tristes ojos, la luna en su rostro y la melodía calla para escuchar sus besos.»
-Andrés, don Pedro quiere que suba ahora mismo.
Ve aún una lágrima colgando de sus enrojecidos ojos.
-¡Se lo has dicho !, ¡maldito seas Simón !, convenimos que lo mejor era que no supiera nada. ¿Cómo se te ocurrió contárselo?.
-Yo... lo siento, él me preguntó, sabes que me conoce demasiado, no pude ocultarlo.
-Bueno, era inevitable que se enterara con esa tumba bajo su ventana, pero no quería que lo supiera tan pronto, al menos hasta que todo acabe. ¿Cómo se lo ha tomado?.
-No lo sé, ya sabes como es don Pedro, dijo que te llamara y se quedó en silencio, no me atreví a decir nada más.
-Cuando murió Ana también se quedó en silencio, te acuerdas. no lloró, y nos dijo a Miguel y a mí que tampoco lloráramos, que no era cosa de hombres. Miguel era de otra sangre y no pudo contenerse, me acuerdo muy bien, desde entonces hubo algo que les separaba, algo que estaba dentro de ellos y no podían evitar... pero ya no importa.
«Las noches son, a veces, el único secreto de la vida. Un velo para el remordimiento, y un suave lecho para las caricias. Un lienzo negro de estrellas y un pálido rostro que podría ser su dueña. Pero alguien lo ha rasgado y ya no nos queda ni eso. Pensar en la vida sin ti es sufrir en una circunferencia esperando el final, ya lo sabes, ya no tenemos lugar. Mí imagen perderá el reflejo si no formas parte de ella y estamos atados a una lejanía irremediable, no quiero ser, amor, nada más que un recuerdo si no puedo tenerte. Ojalá me perdone alguien más allá de las palabras y de los hechos, pero no veo otra forma para ser tú que hacerme de tierra.»
-Simón me ha dicho que ya habéis arado, los graneros están llenos y quizá no sea un invierno demasiado duro.
-Sí padre, hemos tenido suerte, las heladas han esperado a que termináramos los trabajos.
-Sé que no es suerte. Me ha contado que trabajas duro, estoy orgulloso de ti.
-Bueno, ya sabes como es Simón padre, siempre nos ha querido mucho.
-Sí, es un buen hombre, demasiado bueno a veces, pero puedes confiar tu vida a él y no te defraudará, no lo olvides.
-No lo olvidaré padre.
-Quiero ver su tumba.
-Padre...
-Ahora.
Andrés le baja en brazos. Siente su dolor por tener que valerse de uno de sus hijos para ese corto viaje. El orgullo de un viejo que preferiría morir a suplicar se rompe en sus brazos.
-Es bonita.
-Es la mejor lápida que pudimos encontrar, no se merecía menos.
-No, no se merecía menos. ¿Por qué no está en el nicho con su madre?.
-Padre... le encontraron colgado del viejo castaño cerca de la laguna, ese maldito cura dijo que la iglesia no permitía enterrarlo en lugar sagrado, ya sabes lo que nos odia.
-Colgado... no puede ser, Miguel colgado... ¿por qué?.
-Ojalá lo supiera, pero no estaba solo, María estaba también colgada a su lado.
-María... ¿La hija de Ignacio?.
-Sí.
-Oh no... no... no..., tenía que haberlo imaginado, él no era como nosotros, no... no...
-Padre...
-Déjame solo Andrés, déjame solo, no quiero que nadie me moleste ahora, por favor déjame solo.
Siente la fría lápida bajo él. La tierra agarrando a su hijo y los gusanos devorándole. El cielo plomizo parece esperar el momento oportuno para romper. Las nubes se apelmazan susurrándose algo, y las palabras vuelven como una rápida ráfaga de viento.
«-...la amo, padre. He perdido la vida en sus ojos, y ya no me pertenezco. Ya no es cosa mía padre, compréndelo.
-¡Comprender !, me pides que comprenda, María, la hija de Ignacio, ni más ni menos. Después de robarme la mujer que amaba me quiere robar a uno de mis hijos...
-¡Ella no es su padre !, ¿por qué ha de llegar tu odio también a ella?.
-Odio todo lo que lleve esa maldita sangre. Tómala cuantas veces quieras, no me importa, pero luego debes alejarte de ella.
-Lo siento padre, no he heredado tu odio, lo que siento por ella está más allá de tus opiniones.
-¡Maldita sea !, ¡maldito seas !, nunca serás como yo, desde...
-¿Desde que lloré cuando Ana murió?, ya lo sé, no volviste a abrazarme, ¿crees que no envidiaba todo el cariño que le dabas a Andrés y a mí me negabas?, entonces supe que nunca sería como vosotros. Déjame vivir a mi manera, padre, lejos de vuestro estúpido orgullo pero cerca de sus brazos. Vine a ti para que aprobaras mis sentimientos y qué encuentro... furia. Vine a ti para que por una vez te sintieras orgulloso y qué encuentro... un desprecio que me hace daño, padre, mucho daño.
-Elige, ella o yo. Pero te juro que si la escoges a ella perderás las dos cosas.
-Pero padre...
-Aléjate de mi vista y piénsalo, pero no te equivoques, por el bien de ella no te equivoques...»
Ceñudos y cansados afilan las guadañas. El repique de las campanas después de una larga semana ha cesado. De repente. Como aparecen los árboles desnudos un día de otoño. Hoy, piensan, los que regresen dormirán sin que nada les moleste. Nubes cargadas de nieve esperan en el cielo para cubrir la sangre. La tarde pasa lentamente. Parece no querer acabar nunca. Y ellos, sin prisa, continúan afilando sus guadañas.
Al padre Cipriano no le extraña ver solamente alguna vieja en la novena. Otro día cualquiera, a pesar del frío que atraviesa su cuerpo de piedra, hubiera estado casi llena. Canta la misa rápido y por un momento se siente aliviado de su carga. Las viejas repiten monótonamente las oraciones. Rezan por los muertos, antes de que los haya. Y de repente se oye bendiciéndolas para que regresen a sus casa, entonces vuelve esa amargura que ha ido creciendo desde que habló con don Ignacio.
-Padre, no tiene buena cara, debería descansar. Yo cerraré la iglesia.
-Gracias Mariana.
-Olvídelo, ha hecho lo que debía, lo que ocurra ahora no es cosa suya. Usted ya no puede hacer nada.
-Estaba todo tan claro, Mariana, hasta el obispo me dijo en su carta que no podían ser enterrados en el cementerio, pero ahora... se van a matar y quizá esté en mi mano impedirlo.
-No, padre, sus manos están atadas, no lo olvide, esa no es su decisión. Nosotros ya sólo podemos rezar... ¿qué le dijo don Ignacio?.
-Que esta noche todos los culpables estarán en el infierno. Me odia, sabes Mariana, cree que yo soy el culpable de que su hija no descanse en paz, está lleno de odio.
-Lo único que odia es que haya algo más allá de su dinero, perdone padre pero me alegro de que por fin haya algo que no pueda comprar.
-Mariana...
-Lo siento padre, pero sabe que mi pobre Antonio murió de pena cuando nos echó de las tierras, llegó en su arrogante caballo y nos dijo que había sido un mal año que tenía que subir la renta, después de trabajar tan duro para su abuelo y para su padre nos echó sin ningún remordimiento, creo haber seguido viva para ver esto.
-Mariana, calle, acaba de comulgar. Cómo puede pensar eso.
-No lo puedo evitar, padre, como usted no puede evitar sentir una profunda culpa por la sangre que bañe la tierra esta noche. Pero se vive con ello, padre, yo he aprendido a vivir con mi odio y usted aprenderá a vivir tras su culpa, deje pasar el tiempo, es el mejor remedio.
«¿Por qué ocultarlo más?, ¿por qué vivir toda mi felicidad en una mentira que me gustaría gritar cada segundo?, acaso no ven en mis ojos, en mi sonrisa, que soy suya. Acaso no podemos ser uno cuando ese ser anaranjado rasga el cielo, cuando las sombras se pierden en sí mismas, cuando al atardecer una suave brisa comienza a acariciar nuestros rostros. Pero sólo somos de noche, bajo esas mil estrellas que nos conocen tan bien, regalándonos la luna y alguna caricia. ¿Por qué ocultarlo más?»
«-...te he dado todo, absolutamente todo, todos tus caprichos han tenido respuesta, pero esto. Es absurdo, debes olvidarle.
-¿Olvidarle?, papá, antes me olvidaría de mi misma.
-¿Cuánto ha durado esta tontería?.
-Desde el pasado verano, nos llevamos viendo casi todas las noches bajo el viejo castaño, y, en “esta tontería” pierdo la vida cada vez que no estoy en sus brazos. Queremos estar siempre juntos...
-Te he criado lo mejor que pude desde que mamá murió, y ahora me vienes con esto, maldita sea, sabes el tipo de gente que son, tienes que olvidar ese capricho, creo que te he concedido demasiados.
-¿Capricho?, ¿cómo puedes pensar en un capricho?. ¡Mírame !, ¡maldita sea, mírame !, ya no soy la niña que jugaba en tus rodillas, ¡mírame !, soy una mujer, una hermosa mujer por si no te has dado cuenta, y le amo, no me hables de olvidar papá, olvidarle a él sería olvidarme a mí misma, papá...
-¿Una mujer?, dices que eres una mujer, ¿qué significa eso?. ¿No lo habréis...?.
-Padre...
-Maldita seas, has estado con el hijo de ese bastardo. ¿Cómo se te ha ocurrido?, maldito bastardo, le arrancaré la vida con mis propias manos. Maldita seas... si querías hacerme daño lo has conseguido. Toda esa familia lleva veneno en vez de sangre...
-Él es distinto, papa.
-Distinto, ja. Es la misma arpía bajo distinta piel, ese hijo del demonio te ha tocado y tu se lo has consentido. Me da asco mirarte María. Pero sé como arreglarlo..
-No hay nada que arreglar, lo que siento por él está mucho más allá de tus opiniones.
-Escribiré a tu tío, el sabrá encontrar un colegio en la ciudad donde harán algo bueno de ti, cuando llegue el invierno te llevaré allí, hasta entonces no volverás a salir de casa...
-No puedes hacer eso...
-Puedo hacer lo que quiera, algún día entenderás que lo hice por tu bien.
-Pero...
-Pero nada, ahora aléjate de mi vista.»
«Las noches son, a veces, el único refugio de las almas. El escondite de los besos y la caricia de las estrellas fugaces. Pero alguien ha borrado su estela y ya no nos queda ni eso. En la distancia se perderían los pedazos de mi corazón y sin él sería una marioneta del viento. Una marioneta que intenta atar de nuevo sus hilos para volver a tu lado, amor, y no puede. Ojalá exista el bastante perdón para nosotros, si no es así, me conformare con ser parte de ti al hacerme de tierra.»
-Padre, está anocheciendo, te llevaré a tu habitación.
-No hijo, esta noche quiero ver a la luna reflejarse en su tumba y desde mi habitación no podría. Fueron demasiadas noches sin hacerle compañía.
-Bien padre, entonces me retiro, esta noche tengo que hacer.
-¿Dónde será?.
-En el viejo castaño, al lado de la laguna, donde les encontramos.
-Dejo todo en tu mano, pero cuídate, ya he perdido un hijo y no quiero perder el único que ahora me queda.
-No te preocupes padre, me portaré como si fueras tú en mi lugar.
-Gracias, avisa a Simón.
-¿Cuántos seréis?.
-Seguros cuarenta, don Pedro. Y seguramente se unan al menos otros veinte, la gente no olvida quien llena sus platos.
-Me alivia oír eso, Simón. Ojalá pudiera acompañaros, daría lo que fuera por poner mis manos sobre el cuello de Ignacio...
-Esté tranquilo don Pedro. Su hijo lo hará por usted.
-Sí, es un muy buen chico, ojalá Miguel hubiera sido como él. Por cierto quiero decirte algo sobre Andrés...
-No se preocupe, estaré a su lado por muy larga que se haga la noche y si ha de morir lo hará después de mí.
-Gracias Simón, no lo olvidaré.
El invierno es como la vejez, de repente un cambio terrible en el que te sientes incapaz de seguir viviendo pero luego arañas su hermosura y te acurrucas en ella. Y podrías pasar una eternidad así. Don Ignacio se levantó de su sillón, el fuego ardía en una madeja de calor. Había pensado mucho desde la discusión con su hija y a pesar de esas excusas que se daba algo muy profundo dolía. Se sentía muy solo desde entonces, había perdido tantos años de mutuo cariño en unas palabras que en el eco sonaban demasiado duras.
Subió hasta su habitación pensando que en otros tiempos todo se arreglaría con un bonito regalo, pero ahora...
-María, abre la puerta, tengo algo que decirte...
Silencio.
-Vamos María, por favor abre, lo siento he sido demasiado duro...
Silencio.
-Vamos ábreme, lo he pensado y si de verdad le amas ¿quién soy yo para interponerme?...
Silencio.
-María, por favor responde, no es momento de hacer bromas, vamos responde.
Silencio.
Derriba la puerta de una patada, la habitación está vacía llena del invierno que ha entrado por la ventana.
-¡Quiero que me los traigáis !. No pueden estar muy lejos. Si hace falta arrastrarles pero traerles pronto. Cuidado con ella, pero a él, no me importa que ya no respire cuando lo pongáis a mis pies. Venga, daos prisa.
-¿Quién se lo va a decir?.
-Tú les encontraste Pablo, creo que te corresponde a ti.
-Vamos, estás loco sabes como es el patrón, me matará.
-Eso depende de como se lo digas. Te mataría también si supiera que sabes donde están y aún no se lo has dicho.
-Malditos seáis, por lo menos acompañadme.
Se miran entre ellos y agachan la cabeza.
-Nosotros quedaremos vigilando sus cuerpos.
-Malditos cobardes, están muertos y bien atados no pensaréis que van a desaparecer.
-No, pero...
-Bien ya veo, volveré yo solo.
-Toma Pablo, coge esta botella quizá le de sabiduría a tu lengua, la necesitarás. Ten cuidado no te caigas del caballo.
En un rápido trote se pierde a lo lejos.
-El patrón le matará.
-Sí.
-Don Ignacio, ha llegado uno de los hombres.
-¿Ha traído a mi hija?.
-No.
-Entonces habrá visto al diablo para atreverse a volver sin ella y dejar la búsqueda. Tráelo aquí.
-Lo siento patrón... yo... eh... yo...
De un golpe le tira al suelo.
-¡Maldito seas Pablo !. ¿Cómo te atreves a volver sin mi hija y encima borracho?. Dime lo que tengas que decir antes de que se agote mi paciencia.
El sabor ácido de la sangre que llena su boca aclara sus pensamientos.
-En el viejo castaño de la laguna, la encontré, está muerta.
-¿Muerta?. Que broma es esta maldito borracho. María muerta... eso no es posible. Te voy a enseñar a beber cuando no debes...
-Era hermosa, muy hermosa, es una pena que todo lo hermoso dure tan poco.
-Ya..., y fíjate quién es el de al lado, Miguel, el hijo de don Pedro, no creo que esto acabe aquí.
-Hasta así colgada me recuerda a su madre, cuando llegó a la finca era mucho más bonita que ella, luego don Ignacio con el tiempo la estropeo, todo lo hermoso que tocan sus manos lo estropea.
-Es cierto, Mariana mi abuela me hablaba de ella, me decía que era tan frágil como los pétalos de una amapola y que el patrón no podía cuidar nada tan bello.
-Eso no importa ahora, ¿qué creéis que hará cuando lo sepa?.
-Buscar venganza, es lo único que puede enterrar ahora su dolor.
-Sí.
-Ojalá Pablo esté bien. No sé si debimos darle la botella, ya le conocéis cuando bebe se mete en un huracán que no puede parar.
-Que importa, al menos así notará menos los golpes.
Un caballo aparece a lo lejos. Tiembla el suelo. Don Ignacio desmonta y cae al suelo. Los hombres miran sus nudillos por los que aún resbalan algunas gotas de sangre.
-María, María, no... no... ¿por qué lo hiciste?... no... María, María...
Se vuelve hacia los hombres.
-Alejaos de aquí, maldita sea, quiero estar solo, marchaos todos... marchaos...
La tarde vence. Por su cara se desliza un arroyo salado. El viento mece los cuerpos colgados con un chirrido desgarrador. Mientras el invierno se hace fuerte en su corazón. La tarde vence.
El viejo castaño tiene hoy la fruta más hermosa, después de tantos años sin dar nada más que sombra, hoy, orgulloso, sujeta de una soga dos corazones tan puros como nunca había visto.
Otro caballo viene despacio, y se para también a su sombra.
-He dicho que quiero estar solo -dice don Ignacio sin volverse.
-Yo también.
Entonces don Ignacio se vuelve lentamente.
-Así que te has enterado, coge a tu hermano y llévatelo, espero que pague todo el daño que ha hecho en el infierno, no quiero ver a ese puerco cerca de mi hija aunque estén muertos.
-Cuida tus palabras, cerdo, mi hermano valía cien veces mas que esa zorra que le ha llevado a esto.
Don Ignacio se levanta fugazmente y Andrés desmonta de un salto. Un palmo separa sus ojos. El silencio se hace ahora espeso, mientras Miguel y María siguen colgando lejanos de su último beso.
-No es esta la hora de la sangre. Ahora hay que llorar por ellos, pero no olvidaré, en la noche que las campanas acallen su luto volveré aquí con las guadañas afiladas.
-Esperaré impaciente ese momento.
Se alejan cabalgando en distinta dirección.
«Sentados bajo el viejo castaño, como otras tantas veces, pero está vez sumergidos en la sublime preciosidad de ser la última, al menos aquí, donde intentan separar unos corazones que están soldados, ya no importa, nos queda tanto y tan poco. Ojalá ellos se perdonen, en parte es una de las razones por la que esto cobra sentido. Ojalá todos los ojalá tengan respuesta. Oiremos la vida mientras nos entregamos por última vez a la suavidad del silencio.»
Mientras, ellos se quedan allí, colgados, con esa soledad por la que han entregado todo, el viento les mece y sus cuerpos se vuelven a tocar, por última vez, en una caricia tan vacía ahora de todo sentido. Y así, pálidos, saben que pronto volverán a ser uno al hacerse de tierra.
- blog de Javi
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Comentarios
pero es muy largo .
Que yo sepa Javi el trigo viene a decapitarse a finales de Junio-Julio, es decir en pleno verano, así que el comienzo del relato no está muy bien documentado, sobre todo si pensamos en que estás diplomado en algo de eso no?
bueno ya te diré algo cuando lo lea, acabo de imprimirlo, un beso La Lore
Estoy diplomandome tambien en filologia y por eso he escrito "Ceñudos y cansados afilan las guadañas. Lejos del verano cuando el pesado trigo espera ser decapitado" en vez de "Ceñudos y cansados afilan las guadañas lejos del verano, cuando el pesado trigo espera ser decapitado..."
es que estos agroñomos no valemos para nada, solo pa' plantar patacas!!... jeje
Pero, por una lectora que tengo cualquiera dice nada!!
un saludo