De donde yo vengo llueve todo de una vez y luego sale un sol radiante. El agua se convierte en flores, en vida, en ese olor a tierra húmeda. Allí amaba las nubes, allí tenían su sentido. Allí daban vida y aquí la quitan. Gris desde entonces.
Puedo con el gris, y con el frio, y hasta la soledad que me atenaza por querer escuchar a algo o a alguien. Puedo con las noches interminables, con el viento, con el mar agitado. Lo que no puedo y jamás podré es no entender esta lluvia. Allí, de donde yo vengo, llueve lógico. Como en los libros. Hace calor, se evapora el agua de los ríos, y hueles la lluvia de lejos hasta días antes. Después cae, regresando el agua quitada, y volviendo a empezar. Aquí llueve porque si, sin explicación, con alevosía. Meses en un gris que se esparrama en gotitas que te empapan. Unas nubes que permanecen siempre, como pintadas en el horizonte, como eternas. Nuestras nubes tenían furia y ganas, a veces rayos y tormentas, y caían fugaces para desvanecerse. Estas no. Son nubes de mañana, son nubes tristes, son cielo gris, nubes enredadas confundidas y cansadas ¿Dónde empieza el cielo y donde la nube? ¿Dónde termina la nube y comienza el cielo?
¿Cómo no va a ser amarga la mermelada en un mundo gris? Ni la misma receta, con el doble de azúcar y caramelo queda dulce. La mermelada necesita sol y risas. De siempre. Hay quien pensaba que desde que David murió y me dejo sola, como una sombra errando a la luna, mi mermelada ha robado un halo de amargura a la vida. Pero es de antes. Después del primer gris invierno comenzó a ocurrir. Un sabor a melancolía acariciaba las papilas confundidas. Daba lo mismo el qué, digo, la fruta, toda llevaba ese aroma confundido. Pensarás que tuve que cerrar la confitería entonces, pero no, de alguna manera se vendía bien. Es extraño como no quieres ser feliz en un día gris, de lluvia, y más curioso como pensamos que todo está dentro de nosotros, que podemos elegir los sentimientos. Que equivocación. No hay elección. Si el día esta gris, tú eres gris. Si hace sol, tu eres sol. Si te reflejas en el mar, eres azul, o verde, y cuando te tumbas en la nieve te vuelves blanco. En la noche eres oscuro, y al amanecer agua. Claro que no hay elección y empeñarse en cambiar esto es perder el tiempo.
Pues así comenzaron mis mermeladas. Creo que fue algo de boca en boca o de alma en alma. Muchos querían comenzar el día con la plenitud de lo que sentían. Imagínate; te levantas gris en un día gris y te pierdes en un sabor que te trae un poco de eso, te sumerges enteramente donde estás y eso te da la libertad, el sentido, la razón del día.
Pero comenzó a llevar demasiada nostalgia. Es lo que tiene utilizar la misma receta por tanto tiempo, Se convierte en otra. Al comienzo de los meses grises tenía un sabor casi líquido, rozando la melancolía, pero a medida que pasaban las semanas y esa lluvia no cesaba de resbalarse por mi pelo se convertía en algo denso, robando toda, cualquier otra sensación de la boca. Era rica sí, pero triste, tan triste.
Entonces murió David. Se fue haciendo gris hasta que era difícil distinguirle del horizonte. Le recuerdo así, callado, desayunando una rebanada de pan tostado con una de mis mermeladas y saliendo a paso cansino hacia la lluvia, David, se hizo no solo gris por el tiempo sino también por mi mermelada. Le hizo gris, sino, aun viviría.
¿Sabes cómo se quita la amargura?, No se quita. No hay bastante azúcar en el mundo para hacer olvidar una gota de amargura. Me cansé de probar cosas buscando una receta más dulce, más amable, pero no salía otra cosa. Un día que caminaba en un parque, un día de tantos, vi a dos niñas jugando. Tenían un limón en dos mitades y se reían, “una dos y tres” y lo chupaban. No puedo describir su cara con palabras como no puedo describir una palabra con caras. Entonces se rascaban y al rato lo volvían a hacer en carcajadas. Me acerqué curiosa y les pregunté.
- ¿Por qué hacéis eso?
-Para vernos las caras. Es divertido
-¿Y por qué os rascáis cada vez? -les pregunte curiosa
-Oh, cuando pica se te olvida todo lo demás. Así se va el sabor del limón.
Volví apresurada con una idea dando vueltas. Fue entonces cuando comenzó a echar jengibre, un regalo de picor. ¿Cuántos gramos? Tiene que picar un poquito más que la amargura, pero sin más. Una pizca de más y se quiebra el sabor, una de menos y la amargura asoma en el rincón de tu alma que menos lo esperas. Tienes que ser tan cuidadosa como si soplaras las nubes, como si tuvieses que describir el gris que nos rodea sin una palabra de más ni de menos. Entonces, ese picor hace olvidar lo demás y te entrega al sabor de la fruta que hayas usado. Elige a tu gusto. ¿prueba esta?
Si deliciosa eh. ¿Y a que no parece ya tan gris el día?