-Déjame sentarme y te sigo contando. - Dijo casi perdiendo el suspiro. -No sé que manía tenéis los jóvenes de ataros al pasado-
-Así no se pierde abuela.
-Ooh, si se pierde, el pasado siempre se pierde, yo sé mucho de eso, se desdibuja y se va borrando, y esa es la forma más triste de perderlo porque es inevitable, se borran las caras, las sonrisas, los lugares… se borra todo. Y se queda un vacío inevitable, como un puñado de otoño…
-Abuela por favor sígueme contando
-A si ¿por dónde iba?
-Pidió una rebanada con mermelada….
--Con mermelada de naranja, pan oscuro, como había antes, cuando el pan todavía era pan y a veces más que pan centeno, y señalo con su dedo magro y sucio, “del naranjal, de allí, del naranjal. “dijo -y que tiempos en los que se respetaba la última voluntad, y si era una voluntad tan simple aún era más respetada. Pero la simpleza no es tan simple cuando la naturaleza y las sombras deciden. El alguacil se lo prometió, le dijo riendo “tan poca cosa pides que juro, por la memoria de mi hermano al que mataste, que tendrás tu rebanada antes de ser yo mismo el que te pegue un tiro”. Y un juramento era un juramento entonces, y era tiempo de muerte, tanta muerte, que no imaginas como se queda empañando en tu mente… pero por donde iba… una rebanada de mermelada de naranja parece fácil.
Pero las naranjas no estaban maduras, y en eso no pensó el alguacil ni el preso. Como se llamaba, no lo recuerdo. Recuerdo que entraron en casa de la abuela, y ella les miro con ojos grandes, y la abuela tenía esa mirada que para, que no parpadea, hasta que bajas los ojos. Y les dijo que no quedaba ni una gota, ni una miga, ni el resquicio de un bote, ni para las hormigas y que la prepararía cuando las naranjas estuviesen maduras. Y a la espera hasta el invierno.
La abuela era la única que tenía una receta entonces, de lo que se quemó en la guerra niña, se quemó todo, no solo los libros, los poemas, hasta recetas y sueños, se nos quemó todo.
Se nos quemó el pasado y el futuro, hasta los que quemaron prendieron un poquito de su alma. Ahí chiquilla. Se nos quemó todo.
Y el centeno también tuvo que venir de lejos. Que no es como ahora que hay de todo y no hay de nada, que hay en cada estación tomates y ninguna huelen a tomate, que los pimientos son de colores, pero ninguno sabe a pimiento, hay niña, que vacío más lleno tenéis ahora.
Cuando se acercaba el invierno el preso ya estaba cansado de esperar. Esperar a morir es cansino, es aburrido, es más despertar que esperar, me pasa a mi ahora niña.
-Anda no digas eso abuela
-No lo digo entonces, ¿por dónde iba?
-Llegó el invierno…
-A si, llego el invierno y fue duro, fueron tres inviernos duros, de hambre y miseria, o quizá no fueron tan duros, pero duraron como pocos inviernos luego. Tenía pocos años, mis hermanos habían muerto en la guerra, la abuela, el abuelo mutilado y yo éramos lo que quedaba de entonces. Y, aun así, sobrevivimos ese invierno y varios más aún más duros. Y si miro ahora y aunque tiemblo, había un calor familiar en el fuego.
El preso pidió ya morir terminada la primavera, y no se la dieron, “una promesa es una promesa” dijo el alguacil “no te vas sin tu rebanada y mermelada de naranja, te lo jure que no te vas sin eso.
La abuela había decidido no preparar la mermelada, iba a poner escusas y naranjas malas, y dejarla mohosa, y volverla a hacer, y así hasta que algo cambiara, era una receta difícil decía, pero a medida que pasaron los meses y oía gritar al preso, cada noche, y desde la aurora a la madrugada, decidió que la haría, que solo que la naranja madurara la haría.
Recuerdo que fue como si entonces darle la mermelada se convirtió en la razón de ser de todo el pueblo. Matar a alguien por pena, que triste, pero era entonces niña, y entonces era bueno, tenías que haber oído sus gemidos, quería irse.
Unos cuidaban el naranjal y otros vigilaban la fruta, todo el pueblo aporto algo, alguien ya a finales de otoño trajo el azúcar. Había licor, para la mermelada, que entonces era sagrado y el abuelo lo miraba cada noche con ojitos chiquitos y maliciosos y labios temblorosos. Pero no lo todo. Ni siquiera él se atrevió.
Llegó el invierno y la naranja estaba ya hermosa, y llego el día de recogerla. La naranja, niña, se recoge sin que se despezone, y hay que saber, o había que saber entonces. Hoy ya no sé cómo lo hacen, con una maquina como todo, una máquina que no sabe ni cuidarla ni sentirla… bueno, fueron los mejores a recoger una cesta, había también, esa sensación de querer hacerlo, pero no querer hacerlo solo, sabes, como ayudar a morir sin que los demás te vean. La abuela tenía más en eso, ella era la única que conocía la receta.
Me la enseno a mi…
-De verdad tienes una receta abuela…
-Si, te la doy, pero va con la historia,
-Sigue abuela.
-Por donde iba. A si, de aquella que todo era gris y sucio llegaron con un hermoso cesto lleno de naranjas, lo habían ya enjuncado ese verano.
La abuela hizo lo que tenía que hacer, sabes, me dijo mira y aprende niña, porque esta es la última mermelada de naranja de mi vida. No ha de quedar agria, ni demasiado dulce. Ha de ser, decía pelando las naranjas con sus dedos, como el invierno. Que no pierda su estación. Si la naranja quisiera haber nacido en primavera, lo hubiese hecho y sabría a ello. Tráeme el zumo de un limón, y por la pota al fuego.
Hizo la mermelada llorando, de eso me acuerdo, comenzó a llorar cuando do pelo la primera naranja, creo que entonces se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Bebió un sorbo de licor por cada sorbo que, hecho, y el abuelo, aunque con ojillos envidiosos no dijo nada, no pidió probarlo, pero tampoco ayudo en nada. La hizo despacio, durante la noche, un olor embriagaba el pueblo, un olor a naranja, por la mañana la dejo reposando al rocío, y fue entonces cuando dejo de llorar, como si ya estuviese hecho.
-Llevo la mermelada caído el sol. Los que matan prefieren matar llegada la noche para no verse, para esperar supongo, par ano pasar un día entero con esa sequedad en los dedos. L quiso llevar ella, nadie nos negó el paso, la unto despacio en la rebanada de un pan de centeno aún caliente preparado ese día. Y entre las rejas la poso en sus manos.
Él le dijo “gracias… por la de entonces” y se sonrieron.
Al guardia le temblaba la mano mientras el reo comía. El odio se disipa y los juramentos han de cumplirse con ecos.
Cuando caminamos de vuelta se oyó un solo tiro. Luego un silencio recorrió todo el valle, y cayó una noche temblorosa que calló fría, la abuela me dijo, "no mires atrás, no mires jamás atrás…jamás mires atrás"