Me encanta pisar las hojas amarillas, amontonadas y caidas y pasar por el medio. Moverlas y hacerlas volar, verlas caer de nuevo. ¿Y a quien no le encanta?
Y si es algo tan encantador, algo tan magico, y a tantos le encantan, no deberian limpiarlas tan rápido. ¿Que miedo tiene el asfalto a las hojas? ¿Que miedo puede tener?. Si tiene todo el resto del ano para dejarse ver, para decir, este pedazo de mundo ya es mio. ¿Que daño le pueden hacer?.
Y si las dejasemos mas tiempo. Las hojas caidas, a todos nos gustan. A mi me parece hermoso, asi que no las vamos a limpiar, al menos no mañana. Hagamos montones y pasemos por el centro pegando pataditas. Volemolas, juguemoslas, sintamoslas, olvidemonos de todo lo demas.
Que mal pueden dar unas hojas amarillentes, raidas; unas hojas que caen de los arboles que afables se asomanan por pequeños huecos en el asfalto para crecer e inundar la calle con su esencia. Que miedo puede tener el marchitarse, el dejarse caer, el otoño.
Los barrenderos, siguiendo ordenes, cuando yo vuelva ya lo habran limpiado todo. Que pena.
Esta mañana vi el otoño esplendido, escondido en una niebla limpia, susurrante de noche. Empujando las hojas al suelo, amontonandolas en esquinas bajo una brisa suave. Haciendo mecer mi alma, que a esas horas, herida de sueño y de cansancio, no suele sentir.
Dejadme las hojas un ratito mas, ya no por lo que me ensenan. Por lo que me dejan ver. Dejadme la sensación de caerme, de hacerme amarillos de marchitarme y de por fin estar tumbado, en una calle llena de silencio y niebla. Y aun así, sin fuerzas, desplazarme con el viento y volver a ser tuyo.
Dejadlas en paz y dejadnos en paz.