Elvira tiene un asunto pendiente y quiere terminar con ello de una vez. Me va a humillar igual que en mi primer día de guardería. Estoy desnudo en casa, arropado por las sábanas de la cama durante el frío invierno. Triunfante y desnuda, de pie delante de mí, con cara de loba y unas medias de lana negra en los muslos, se burla de mis miedos. "Es la hora del té"- dice mientras se acerca a un mueble del que sale una monja gafotas con aire trágico y pervertido.
La monja se suelta el pelo, dejando caer su larga cabellera negra. "Se hace llamar Mª Cristina"- dice un abad forrado en cuero al que sujeta con una correa. Me fijé en que emergía de su pantalón un miembro largo, amoratado y congestionado. Mientras que Elvira me insulta, Mª Cristina se quita la ropa y se hace chupar un pie por su esclavo, el cual comienza a tener una erección de talla desconcertante. Entonces ella se la fela muy lentamente, tanto que apenas puede contener su gozo. De repente estalla, ensuciando los cristales de sus gafas.
Entonces Elvira se le acerca. Las dos mujeres se abrazan, sus senos pesados y tensos, las mejillas sonrojadas. Se enredan una alrededor de la otra como zarcillos de parras salvajes, moviéndose y frotándose hasta que el aire se hace pesado y almizclado. Sin ahorrar una sola caricia y llevadas por el deseo febril de su instinto, la monja y ella se sumergen en un trance que les hace agitar delirantemente los dedos gordos de los pies. Elvira tiene su primer orgasmo mezclando interjecciones con onomatopeyas, y al instante es Mª Cristina quien lanza los brazos al aire como si estuviera cazando moscas. Las dos se envuelven en una rabia comunal de placer.
De repente una bota echa abajo la puerta de mi cuarto: es una patrulla de la GESTAPO encargada de arrestar a pervertidos. Desnuda como un vidrio, las piernas al aire y con expresión asesina, Elvira se lanza contra el mueble-bar, que usa como barricada: "¡¡No pasarán!!-exclama contundentemente. Su cuerpo dislocado se estrella contra las paredes rocosas y se transforma en humito. Es el turno de la monja, a la que rodean con sus vergas : Mª Cristina se ve perdida en un mar de falos, tiembla, suda y las traga de una en una, sentada en el suelo. Desaparece desnuda por el parquet flotante que la absorbe como a un glande, como el infierno devora la metralla de las almas. Los enfadados SS se suben la bragueta susurrando: "Podría haber sido peor", y se marchan a pasos rápidos.
El noble esclavo de MªCristina retira su traje: es Búnbury. ¡Joder, vaya caña!. Me despierto y aparezco en el metro y me pregunto si no debería acercarme por el instituto de salud sexual.
- blog de braulio
- Inicie sesión para comentar
Comentarios
deberias acercarte. Todos hemos ido... alguna vez.