Ciber-Bodegón

Una webcam me mira fijamente. No parpadea, no sé como es capaz de aguantar tanto. Tendría que llorar un poco. Un árabe aporrea el teclado. Parece que está picando piedras en vez de apretar teclas. El ordenador de la izquierda no funciona, y lo que son las cosas, estuve diez minutos intentando encenderlo, hasta que el dueño del local (de apenas seis metros cuadrados, el local, el dueño tamaño estándar) me dijo con su tez oliva y acento francés, este orgdenadorg no funsiona, ponte en el siguiente, porgfavorg. La cámara sigue sin parpadear. Una dominicana habla a voces desde una de las tres cabinas del minilocutorio. Por lo visto las voces se acoplan y también a voces se lo dice al ciberdueño, que no la hace ni caso. Él está hablando con otra morenita caribeña muy guapa, le ocupa todo lo ocupable. Suena rap morofrancés, sobre una balda una balanza de gramo...¿para pesar correo electrónico? Muchos cables, una silla sin respaldo en el medio de los dos únicos metros cuadrados transitables. Varios relojes que marcan la hora de Marruecos (9:30), New york (9:25), España (7:35) y Colombia/Ecuador (12:30). Sólo se mueven las agujas del marroquí. Una bombona de butano detrás de la puerta de entrada a modo de guarda de seguridad. Parece que te dice,-si te vas sin pagar recibes bombonazo. Tremendamente disuasoria. Unas páginas amarillas y unas blancas en una esquina. Otro reloj parado que no había visto, este tiene roto el papelito que indica la ciudad. Paredes verde pistacho, un cable despelujado que cae del techo amenazante. La jodida cámara sigue sin pestañear. Me está poniendo nervioso. Vine a ver el correo, pero creo que lo miraré mañana en el curro. Adiós.


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