Ayer volví de Madrid en la cabina del tren. El maquinista era un hombre singular. Iba desnudo. Me dijo que si quería, me podía desnudar. Y eso hice.
Me empezó a explicar cómo funcionaba la unidad. Un automotor diésel de la serie 599 con cuatro motores MAN de 382 KW de potencia cada uno. Se encuentran en los vagones de los extremos, y en el central está alojado el sistema hidráulico, que genera la presión para que funcionen puertas, suspensiones y otros aparatos importantes.
Para ponerlo en marcha hay que comprobar que la presión hidráulica sea correcta. En este caso estaba baja, así que tuvimos que cebar el sistema con aire comprimido. Me dio un tubo de goma, él cogió otro, y me pidió que me lo metiera por el culo, me concentrara y tirara un par de pedos. Que con los suyos y los míos sería suficiente para arrancar. Sólo conseguí tirarme uno, así que arrancamos un poco más despacio.
A la altura de Faramontanos de Tábara nos cruzamos con un tren que venía por al otra vía en sentido contrario. Me fijé en el maquinista, y ¡también iba desnudo! Entonces me di cuenta que no era una singularidad de este hombre, sino que era la rutina habitual de un maquinista. Le pregunté y efectivamente me dijo que todos iban desnudos, porque es mucho más cómodo y rápido cebar el sitema hidráulico cuando fuera necesario, ya que en ocasiones, al parar en las estaciones también había que recargarlo. También me dijo que los maquinistas tenían una dieta especial, rica en legumbres, berzas y coliflor, ya que son muy gasógenas.
Curioso, ¿verdad?
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