Son las ocho de la mañana de un día especialmente frío de febrero. El cielo gris perla, teñido de un ligerísimo violeta empieza a tomar trazos anaranjados en las estelas de los aviones.
Ruidos lejanos de coches me recuerdan que sigo en el mismo sitio. Enciendo un cigarro antes de poner a Lou Reed a un volumen que mis neuronas sean capaces de captarlo. Me siento en la cama, cojo el cenicero y me tumbo de nuevo. Pasan dos canciones y el cigarro se acaba. Busco una toalla y me voy a la ducha. Pero en el servicio me lo pienso mejor, hace mucho frío, mejor mañana. Vuelvo a mi habitación, me cambio los calzoncillos y la camiseta. El resto de ropa, la de ayer. La de antes de ayer. No desayuno, no tengo hambre, aunque al salir de casa cojo una manzana.
Al llegar al portal me quedo pensando... no me apetece ir por el sitio de siempre, pero voy justo de tiempo, así que voy por donde siempre. El semáforo en rojo. Espero. Una joven estudiante también espera enfundada en unos auriculares enormes. Cruzo. Enciendo otro cigarro, tres caladas y ya no siento la mano. Me duele, está amoratándose, cambio el cigarro de mano y lo acabo con la otra.
Busco el coche. En la calle de siempre no está, nunca me acuerdo de donde lo dejo. Doy la vuelta a la manzana. Las noticias. Otro cigarro. Aparco. Subo al trabajo. Retahíla de ¡Hola, buenos días! Con cara larga. Llego a mi sitio. Abro el bolígrafo y me pongo a escribir:
Son las ocho de la mañana de un día especialmente frío de febrero. El cielo gris perla, teñido de un ligerísimo violeta empieza a tomar trazos anaranjados en las estelas de los aviones.
Ruidos lejanos de coches me recuerdan que sigo en el mismo sitio. Enciendo un cigarro antes de poner a Lou Reed a un volumen que mis neuronas sean capaces de captarlo. Me siento en la cama, cojo el cenicero y me tumbo de nuevo. Pasan dos canciones y el cigarro se acaba. Busco una toalla y me voy a la ducha. Pero en el servicio me lo pienso mejor, hace mucho frío, mejor mañana. Vuelvo a mi habitación, me cambio los calzoncillos y la camiseta. El resto de ropa, la de ayer. La de antes de ayer. No desayuno, no tengo hambre, aunque al salir de casa cojo una manzana.
Al llegar al portal me quedo pensando... no me apetece ir por el sitio de siempre, pero voy justo de tiempo, así que voy por donde siempre. El semáforo en rojo. Espero. Una joven estudiante también espera enfundada en unos auriculares enormes. Cruzo. Enciendo otro cigarro, tres caladas y ya no siento la mano. Me duele, está amoratándose, cambio el cigarro de mano y lo acabo con la otra.
Busco el coche. En la calle de siempre no está, nunca me acuerdo de donde lo dejo. Doy la vuelta a la manzana. Las noticias. Otro cigarro. Aparco. Subo al trabajo. Retahíla de ¡Hola, buenos días! Con cara larga. Llego a mi sitio. Abro el bolígrafo y me pongo a escribir:
Son las ocho de la mañana de un día especialmente frío de febrero. El cielo gris perla, teñido de un ligerísimo violeta empieza a tomar trazos anaranjados en las estelas de los aviones.
Ruidos lejanos de coches me recuerdan que sigo en el mismo sitio. Enciendo un cigarro antes de poner a Lou Reed a un volumen que mis neuronas sean capaces de captarlo. Me siento en la cama, cojo el cenicero y me tumbo de nuevo. Pasan dos canciones y el cigarro se acaba. Busco una toalla y me voy a la ducha. Pero en el servicio me lo pienso mejor, hace mucho frío, mejor mañana. Vuelvo a mi habitación, me cambio los calzoncillos y la camiseta. El resto de ropa, la de ayer. La de antes de ayer. No desayuno, no tengo hambre, aunque al salir de casa cojo una manzana.
Al llegar al portal me quedo pensando... no me apetece ir por el sitio de siempre, pero voy justo de tiempo, así que voy por donde siempre. El semáforo en rojo. Espero. Una joven estudiante también espera enfundada en unos auriculares enormes. Cruzo. Enciendo otro cigarro, tres caladas y ya no siento la mano. Me duele, está amoratándose, cambio el cigarro de mano y lo acabo con la otra.
Busco el coche. En la calle de siempre no está, nunca me acuerdo de donde lo dejo. Doy la vuelta a la manzana. Las noticias. Otro cigarro. Aparco. Subo al trabajo. Retahíla de ¡Hola, buenos días! Con cara larga. Llego a mi sitio. Abro el bolígrafo y me pongo a escribir:
Son las ocho de la mañana de un día especialmente frío de febrero. El cielo gris perla, teñido de un ligerísimo violeta empieza a tomar trazos anaranjados en las estelas de los aviones.
Ruidos lejanos de coches me recuerdan que sigo en el mismo sitio. Enciendo un cigarro antes de poner a Lou Reed a un volumen que mis neuronas sean capaces de captarlo. Me siento en la cama, cojo el cenicero y me tumbo de nuevo. Pasan dos canciones y el cigarro se acaba. Busco una toalla y me voy a la ducha. Pero en el servicio me lo pienso mejor, hace mucho frío, mejor mañana. Vuelvo a mi habitación, me cambio los calzoncillos y la camiseta. El resto de ropa, la de ayer. La de antes de ayer. No desayuno, no tengo hambre, aunque al salir de casa cojo una manzana.
Al llegar al portal me quedo pensando... no me apetece ir por el sitio de siempre, pero voy justo de tiempo, así que voy por donde siempre. El semáforo en rojo. Espero. Una joven estudiante también espera enfundada en unos auriculares enormes. Cruzo. Enciendo otro cigarro, tres caladas y ya no siento la mano. Me duele, está amoratándose, cambio el cigarro de mano y lo acabo con la otra.
Busco el coche. En la calle de siempre no está, nunca me acuerdo de donde lo dejo. Doy la vuelta a la manzana. Las noticias. Otro cigarro. Aparco. Subo al trabajo. Retahíla de ¡Hola, buenos días! Con cara larga. Llego a mi sitio. Abro el bolígrafo y me pongo a escribir:
- blog de Nagual
- Inicie sesión para comentar
Comentarios
ehm, me ha gustado mucho, ehm me ha gustado mucho, ehm, me ha gustado mucho, ehm, me ha gustado mucho,.