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Y ya estoy de nuevo andando. El niño-gato me sigue, ahora ya podemos tener una conversación de hombre a hombre; yo te enseñaré a jugar al beisbol y a afeitarte, maúlla complacido. Lo que quiero enseñarle de verdad es que aprenda a equivocarse.
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Se sube a mi hombro; lame mis orejas. Llego a la montaña de la blasfemia, y espero en silencio. Espero. Cambio la estrategia. No voy a usar las palabras. Ahora es él: dios quien se encoleriza y me insulta... dice no sé que de mis limitaciones y bajezas - ¡Quiá!- respondo, y me alejo.
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Un hombre tranquilo, eso soy; un hombre tranquilo. Ya pasaron todas las tormentas, pero me reconcomo , meto la mano en un avispero y lo agito bien. Esa tranquilidad me mataba. ¡ Sólo faltaría ! ¡ Un Dios travieso, un gato sabio y un hombre tranquilo ¡ es una aberración.
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Y, corremos; y el gato corre, las avispas enfadadas con nosotros pican a la gente. Y siempre es así, así como es, el enfado, el mordisco y el abrazo : cadencia. Y otra vez, y otra. ¿ Y este sol de mierda no se aburre de nosotros?. Cadencia, por hoy ya está bien de juego.
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Llegamos a casa llenos de barro. Al entrar me hago el indiferente, luego me vuelvo y la saludo. Siempre volviéndose y revolviéndose. Porque lleva mi perfume preferido, y es sudor. Y el gato lame su cara y yo sus espaldas, y es. Es cadencia.
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Esta mañana he despertado con un sueño atrapado en mi puño, al abrir los ojos descubro que todo es niebla, todo a mi alrededor es blanco, húmedo y frío. Un sol de mentira trata de disipar la niebla, pero no puede porque son ahora telarañas que ocupan toda la casa, y , aunque me vuelvo loco buscándola no la encuentro, no puedo avanzar hacia ella, y mis pasos son solo deseo de movimiento que no consigue ser. Mis gritos, quedan atrapados en las fauces de las arañas inmensas y negras que se alimentan de desesperación y con ella tejen mas redes, mas niebla, mas frio.
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No soy un heroe, y nunca lo he sido, ya sólo hay ritmo para uno de dos, y me inmolo, salvo a la mujer y al gato, les arrojo fuera de mi , de la casa y del misterio; antes de ser picado por las arañas que ya no se conforman, y a pesar de sorber mi sangre no muero, aunque siento que vivir sin sangre es vivir sin cadencia: morir en definitiva.
Antes de que me momifiquen las arañas con su danza descubro complacido que el juego no termina jamás, ahora puedo verlas con su hilar, y su tejer en una cadencia perfecta. Algo que yo jamas habría logrado, y me es permitido, por la gracia de un Dios sabio, contemplar.