Carta abierta incondicionalmente

Hace muchos años oí decir que lo más recomendable era pensar primero y escribir después, lo cual me parece una afirmación cabal, pero últimamente voy a contra corriente, puesto que mi capacidad de raciocinio ya no es lo que era, así que me veo obligado a escribir sin más ni más y no me preocupo demasiado por el resultado. Es por ello que mis esporádicas tentativas suelen abortar pasado el segundo párrafo, puesto que, cuando se escribe al tun tun, cada nueva línea supone un peso tan enorme que acaba uno por soltar el papel y echar a correr. Mal menor, de acuerdo, pero preferible a verse aplastado por la abrumadora carga del absurdo y la tontería. La planificación previa previene un rendimiento pobre, también oí, aunque en un contexto muy diferente, en innumerables ocasiones.

Con esto intento decir que, aunque me gustaría contribuir activamente a este espacio, aportando textos y opiniones, hasta, por qué no, ganarme el respeto de los que aquí participan, mucho me temo que, ateniéndome a los condicionantes anteriormente expuestos, el tiempo que pase entre vosotros estará dedicado principalmente a la lectura de lo que por aquí se vaya incorporando. Una tarea que, si bien más cómoda, no es por ello menos importante. Nadie podrá negar la enorme dificultad que supone conseguir una creación bella, pero tampoco se debería desdeñar la facultad de aquellos que, incapaces de tal proeza, sean al menos capaces de discernir lo bello de lo vulgar. Aunque modestamente, y sin que ello suponga el reconocimiento de un título al que ni aspiro ni me corresponde, considero que esta última es la tarea para la que me encuentro más dispuesto a día de hoy.

Por todo ello y antes de que se me vaya el santo al cielo, me gustaría hacer una escueta observación con relación a los escritos que aquí han sido colgados, pues veo que muchos de ellos tienen un elemento en común que me resulta ciertamente insólito: la mayoría son tan oscuros que casi podría calificarlos de “gongorinos”. Debo admitir que esta afirmación puede estar motivada por condicionantes subjetivos, ya que quizás quienes aquí escriben manejan un código común que yo desconozco. Quizás quienes esgrimen tal estilo esperan de sus lectores un esfuerzo de interpretación semejante al suyo de composición. O simplemente escriben sobre la base del amor por la palabra o desean enarbolar la bandera del “arte por el arte”. No lo sé.

Reconozco nuevamente la facilidad con la que se puede caer en tildar de “oscuro” lo que no se ha entendido. Es más, podría decirse que ha sido uno de los grandes vicios de la humanidad. De hecho, los más torpes suelen ser también los más radicales, aunque yo no me incluyo en ese saco estrecho de los que repudian lo que no alcanzan a comprender o se muestran desdeñosos con lo que consieran simple cáscara envolviendo el vacío, que es su propia vacuidad tantas veces. En verdad somos muchos los que estamos hartos de platos precocinados que pronto serán servidos tras una previa y meticulosa masticación.

Así que prefiero despedirme en este punto. Bastante soprendido de haber llegado tan lejos en lo que pretendía ser una escueta misiva, si se me permite una vergonzosa mirada al ombligo propio. Y no me entretendré en inútiles despedidas. Llega el momento de volver a adentrarse en los cavernarios misterios del pensamiento ajeno.