Mis piernas se movían aburridas esperando que alguna baldosa cambiase de color. En los últimos pisos de los edificios más altos todavía efervescían los brillos comunes. Ninguno verde, ninguno fucsia, ninguno azabache. La tarde se desplomaba sobre mis hombros y mis pies a cada paso araban más el asfalto. Respirando siempre el mismo aire, roto por el rugido de alguna moto, inmóvil ante el circular eterno de los coches. Deseaba conectarme a un tubo de escape, hincharme de monóxido y salir volando al cielo en un globo de colores.
Las calles gravitaban a mi alrededor. Elipses constantes. Carteles pegados. Falsas sonrisas. Un escaparate-pecera vendía tiburones. Gotas de agua se escapaban por los bordes. Mojé mi dedo, lo chupé. Sabía a tiburón. Me hizo vomitar. Al lado un adoquín suelto, sin pensarlo lo tiré contra el cristal. No es agradable ver morir a un tiburón. Meé sobre él. Quería cagar sobre él. Pero no tenía ganas.
Las farolas tísicas me buscaban. Sin sombra me sentía más solo, más yo. Las calles tuberculosas me acariciaban el pecho, arrullaban las colillas con las que sembraba mi camino. Una farola, una esquina, una puta. Otra farola, otra esquina, otra puta. Putas de colores. Putas, travelos y chaperos.
En la séptima me paré. Detrás había un cartel luminoso: “The Chupiter Night”. Sin dinero me senté en la barra. ¡Güisqui-cola! ¡Otro!¡Otro más! Cafeína, nicotina, alcohol. Necesitaba despejarme. Al fondo un chulo con farla. Una raya-una mamada, me dice. Y me pagas las copas, le digo yo. Entonces pones el culo. Entonces tres rayas.
Al salir un viejo me coge del brazo. Tú te vienes conmigo. Me mete en un deportivo pasado de moda, pasado de vueltas. -¿Tienes hambre? -No, acaban de darme la cena. Por 100 se me abre el apetito.
Otra vez caminando, esta vez por la cuneta de un polígono. Me doy miedo a mi mismo. Un repartidor casi me atropella. Puedo olerme el corazón. Olores que me golpean la cabeza. Algo estalla.
Ahora más ligero. Me sumerjo en el mar de hormigón. Buceo entre gravas, cementos y arenas. De vez en cuando me deslizo por los encofrados. Una sirena de PVC me da de mamar. Quiero entrar en su útero de metacrilato. Y lo consigo. Las vistas son espectaculares. Me quedo aquí.
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Comentarios
Psicodelia pura amigo Andrés.
Vas a tener que dejar de beber leche por las mañanas :-)