VI

Eva y Dari miraban aquella suave lluvia con sus naricitas pegadas al cristal y los ojos muy abiertos. Les parecía mágico que las nubes pasearan por el cielo cargadas de lluvía, y de repente la dejaran caer donde les apetecía. ¿quién pondría la lluvía dentro de las nubes?, se lo habían preguntado muchas veces pero nunca habían encontrado la respuesta. Claro, ellos no tenían padres para responder sus preguntas, poco después de nacer sus padres se habían puesto enfermos y luego se habían ido para siempre...para siempre, les dijeron, más allá de las nubes, un poquito más arriba de las estrellas. Habían mirado muchas noches desde la ventana del orfanato donde les llevaron poco después y nunca alcanzaron a verles. Quizá eran ellos los que llenaban de agua las nubes, se decían a veces, y tocaban las gotas de lluvia cuando caían pensando que en cada una les mandaban una caricia.
Habían nacido a la vez, eran mellizos, bueno, casi a la vez porque Eva nacio unos minutos antes, por eso era la mayor sin serlo y cuidaba lo mejor que podía de Dari, le contaba multitud de cosas de sus padres aunque realmente no las sabía de verdad, pero las contaba tan entusiasmada que parecían verdad de verdad y al final hasta ella acababa creyendoselas, le hablaba entusiasmada de los cabellos dorados de mamá, como tenía ella y de los ojos azules de papa, como tenía él. Dari escuchaba un rato en silencio y luego comenzaba a hacerle miles de preguntas que Eva respondía al instante, con su cabecita llena de imaginación y así se iban más rápido algunas de esas noches triste y solitaría en aquel gigantesco orfanato.
Eva tenía el cabello dorado, en una cascada de rayos de sol que caían detrás de sus hombros, y una carina blanca y preciosa y una nariz...oh...una nariz...como solamente una vez en la vida he visto una más hermosa, y unos ojos verdes, suaves y encantadores. Dari en cambio lo tenía castaño, la cara más morena como si le hubiese robado todo el color a ella, una nariz redonda y graciosa y unos ojos azules en los que igual se escondía un mar de tristeza o uno de alegría. Ella cuidaba de él y él la hacía reir a ella, ambos debajo de su rostro compartían un cariño sincero, tan grande y tan puro que estaba destinado a durar siempre, y juntos y solos veían un mundo gigantesco y extraño que no acababan de comprender. Tenían cuatro años entonces, ese día exactamente cumplian cuatro años mientras miraban por la ventana, entonces de repente Dari dejó de mirar al cielo y señaló a la calle...
«¡Mira mira Eva!...»
Había dos hombres agarrando dos sacos bacios debajo de la lluvia, ¡que extraño! Además uno era muy muy grande y otro muy muy pequeño, jamás habían visto una cosa igual...
«Son los señores de la lluvia...- grito Eva entusiasmada- ¡los señores de la lluvia!, mamá me lo había contado, cogen la lluvia en sus sacos y luego se van a las montañas muy arriba y allí hacen nubes, luego el hombre grande sopla fuerte y las nubes se van volando tranquilamente..., claro, y desde las montañas altas seguro que pueden ver a nuestros papás»
«¡síííí...!» dijo Dari con los ojos abiertos como platos...
Y al instante despegaron su nariz de la ventana y comenzarón a correr escaleras abajo por el orfanato. Y salieron a la calle corriendo entusiasmados hacía los señores de la lluvia.
En el orfanato de la ciudad de la alegría jamás cerraban las puertas, claro que no, no querían convertirlo en una prisión para niños, además los únicos niños que vivían allí eran Eva y Dari, pobrines, nadie más. Todos los días iba una señora viejecita, que les hacía la comida y las camas y les contaba bonitas historias cuando la veían, historias tan llenas de magia y de sueños que escuchaban encantados, mientras una gotita de agua salía de sus ojos, y a veces, como hoy, les hacía dos tartas muy grandes y encendía unas velas que ellos luego soplaban entusiasmados...¡uhm que ricas habían estado las tarta!
Llegaron corriendo al lado de los señores de la lluvia, parecían dos estatuas y el más grande tenía la mano abierta, los dos decían «Oh, oh...»
Dari no se atrevio a acercarse mucho, se quedó a unos pasos, pensó que eran unos señores muy importantes y un trabajo tan dificil como recoger todas las gotas de lluvia necesitarían mucha concentración, pero Eva era la mayor, claro, y se acerco al pequeñito y comenzó a tirar de la manga de su chaqueta...
«Señor de la lluvia, señor de la lluvia, ¿ha visto desde la montañas altas a nuestros papas?»
«¿qué?» pregunto David sorprendido despertando de sus pensamientos.
«¿qué si ha visto a nuestros papás desde las montañas altas, ¿no es allí donde hacen las nubes?»
Montaña también se volvío, y se fijo en aquellos niños, mientras David sólo alcanzaba a decir...
«¿que... que... que?»
«que que que si han visto a nuestros papás desde las montañas altas, ellos se fueron allí, y señaló el cielo, más arriba de las nubes pero nosotros desde nuestra ventana no alcanzamos a verles», volvió a preguntar un poco impaciente Eva...
Entonces David y Montaña se miraron, y en esa mirada sus ojos se dijeron algo al comprender aquella pregunta...
«Yo..bueno...nosotros...bueno...esto...
«Sí, claro que sí, -continuo Montaña- les vemos muchas veces, estan muy bien, allí arriba nunca hace calor ni frio, no os preocupeis por ellos...
La sonrisa que se dibujo en los labios de Eva y dari parecía ocuparles toda la cara...
«Y...»
«¿Y cuando van a volver? ¿se acuerdan de nosotrso?, -una gota de lluvia cayó en la punta de la nariz de Dari- ¿a que es verdad que nos mandan un beso en cada gota de lluvia? ¿y como es el mundo azul?, ¿y...y?»
«Oh, calma muchachito -dijo Montaña cogiendole con su gran mano y subiendole en su hombro- ahora os lo contaremos todo con más calma»
«Sí,. Ahora -siguio diciendo David mientras agarraba la mano de Eva- vamos a mi casa los cuatro, nos secaremos y comeremos chocolate caliente... vale?»
«Sí» gritaron los dos entusiasmados
«Pero... -dijo Dari pensativo- ¿quien recogeran las gotas de lluvia si nos vamos a comer chocolate?»
Entonces Montaña echo una gran risotada mientras miraba a David...
«Bueno, ¿somos los señores de la lluvia? ¿no?, tenemos nuestros trucos, -y tiro el saco al suelo, David también tiro el suyo- luego volveremos a por ellos y ya estarán dentro todas las gotas de lluvía y con ellas haremos más nube, ellas ya saben el camino»
Y así como una pequeña familia muy extraña se marcharon los cuatro empapados a comer chocolate caliente, Dari y Eva iban realmente entusiasmados creyendo que ellos eran los señores de la lluvia, y a David y a Montaña se les olvido que ninguna de las semillas había nacido porque ni la más bonita flor se podía comparar con una de aquellas sonrisas.